Cuando Bowie salía al escenario despertaba un magnetismo descomunal, más allá del concepto de carisma en una estrella del rock. Vi una interpretación de 'Slow Burn' y parecía un ángel que bajaba del cielo anunciando el fin del mundo, esa solemnidad a la hora de cantar y mirar (bicolor) al público sólo la podía conseguir él, menudo acojone señores y señoras. La prenda que vistiera se transformaba en alta costura sólo por portarla él.
En su discografía hay álbumes complejos, nunca estuvo en la línea de ser comercial, si sus canciones se convirtieron en himnos no fue algo que sucediera por una estrategia comercial, él se debía a su arte: "La gente de mi generación, y no hablo sólo de los Rolling Stones, se ha acomodado en una especie de limbo. Nadie se atreve a saltar sin red. Casi todos siguen haciendo la misma música que hace veinte años. Yo preferiría jubilarme antes que caer en eso", dijo en una entrevista concedida al diario El Mundo.
Su influencia musical inspiró a miles de artistas, el Bono de principios de los ochenta tenía mucho de Bowie, por citar un caso que clama al cielo (en la Gira 360 salían al escenario cuando sonaba Space Oddity). En el cine me quedo con sus personajes de las películas 'Dentro del Laberinto' y 'El Ansia'.
Detrás de un gran hombre dicen que hay una gran mujer, Imán fue quien recogió a Bowie de los excesos y seguro que aportó años de vida a David, que nos abandona como mejor sabe, sacando un disco. Cuando era un adolescente lo conocí con esta canción y currado videoclip, porque sus vídeos siempre tenían el sello de Bowie:
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