Una ligera tristeza y apatía recorría mi pequeño cuerpo de niño de seis años. Era octubre, oscurecía antes, llegaba cansado del colegio y mi único universo se circunscribía a una habitación, una mesa y una tele.
Necesitaba una MIRIENDA (como diría Shin Chan). Después de ella a jugar con lo que fuera. Pero ese momento, ya con el pijama y el vaso de leche con cola-cao era mágico. Empezaban los
Fraguel Rock:
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