sábado, 20 de octubre de 2007

El Unicornio y la niña

Este cuento infantil y tierno lo escribí hace casi un año. A ver qué os parece:

Érase una vez un unicornio violeta. El pequeño potro se llamaba Valur. Desde pequeño jamás consintió que nadie le montara. Los unicornios no subían a hombres a sus lomos, sólo a mujeres y no a todas.

La manada estaba desconsolada, Valur no admitía a nadie. Era diferente. Algo le decía que no debía montar a nadie. Pero un día apareció una niña adorable, tanto, que Valur quedó prendado de su delicadeza. La niñita acariciaba con suavidad los pétalos de los girasoles, cantaba cerca del riachuelo y pintaba en la arena del cenagal. Valur relinchaba suavemente mientras describía círculos alrededor de la pequeña. La dulce doncella se asustó y corrió hacia su casita. Valur estuvo triste toda la semana y el paso del tiempo no aminoró su anhelo hacia a aquel ser que, por primera vez, sí quiso montar.

La niña seguía apareciendo por los mismos lugares a jugar por las tardes. Sin embargo, hubo un atardecer del que no se percató cuando pintaba barcos cerca de la ribera del río. Y ocurrió algo terrible. Un gigante oso negro planeaba su ataque en la oscuridad para convertir a la preciosa chica en su cena. Valur, muy atento, seguía en la lejanía los pasos de su añorada y se percató de lo que iba a pasar. El lila unicornio emprendió el galope como nunca lo había hecho y la tierra tremoló a su paso. La chiquilla oyó el rugido del oso y el relinche de Valur. Ella empezó a llorar a la vez que el movimiento de sus pies convertía su dibujo en polvo. Por primera vez Valur roció su cuerno de sangre.

El unicornio, que antes era violeta, se convirtió en un flamante pegaso blanco. Sólo cuando un unicornio alcanza la divinidad se transforma en un caballo alado. Valur venció al Oso, salvó a la menuda deidad y así fue como pasó a ser un pegaso.

Valur galopó los vientos del mundo mientras L. se agarraba a sus crines plateadas. El ahora pegaso Valur confirmó al mundo de las almas que su amor por L. era verdadero, puro y sentido. Por ello consiguió ligar su alma a la de L. y así los dos jamás se separaron. Jugaron en grandes bosques y se bañaron en gigantes lagos. Nunca se separaron.

Cuenta la leyenda que ambos se han reencarnado en nuestro mundo, ahora sólo falta buscarles y recordarles lo que pasó, para que nunca olviden que en las estrellas se juraron amor eterno y que su pasión titila en forma de astros en los confines del universo.

PD: Son ya muchos años L. - Te quiero

3 comentarios:

Padawan dijo...

Jo que suerte L. Vaya relato más bonito. Qué tierno. Cuenta con mi apoyo por eso de que eres un Baeza y los Baezas son grandes. Un besazo, tb pa L. cuando queráis nos tomamos unas cerves y nos conocemos.

Quique Baeza dijo...

Eso dicen, que los Baeza somos grandes. Jajaja. Muchas gracias, no sabes lo que me aporta que comentes mi faceta literaria.

Va siendo hora de que nos conozcamos y nos peguemos una cenorra el Manu, Laura, tú y yo.

Anonymous dijo...

Has escrito más ??? Enhorabuena !!!